JOSÉ BARROS: 100 AÑOS (1915 - 2015)

 

José Barros (Final)

 

Por: Arnold Tejeda Valencia*

 

La vida artística de José Barros la he tratado teniendo en cuenta sus canciones, aquellas que lo  marcaron como el gran compositor que fue, tanto en cantidad como en calidad. Al abordar ese notable talento que poseyó, pude analizarlo basándome en aquellos aspectos culturales que lo ennoblecieron en el inmenso Caribe, como en otras tierras que también supieron apreciarlo por haber tocado, con sapiencia poética en su música, los rasgos más sobresalientes de sus respectivos entornos.

 

Por eso, mi mejor ayuda la encontré en los conocimientos esbozados desde las Ciencias Sociales, donde lo cultural fue estimado como demasiado importante para aproximarnos a lo que fue, en vida, este múltiple creador de música en todos los tonos y en un número considerable de ritmos. En tal sentido, la historia, la geografía, la antropología y la sociología fueron decisivas. Como también lo fue la literatura. Pero, es bueno decirlo, sin llegar a la pretensión de haber realizado un trabajo completo de su carrera, algo que, hasta hoy, nadie ha hecho, aun en voluminosas publicaciones. 

 

Lo que a continuación expondré, no es más que la puntualización de unas apreciaciones sobre José Barros que pueden complementar aquellos conocimientos suyos tratados en el presente trabajo. Creo, estoy convencido, que todavía han quedado muchos cabos sueltos de su vida musical. Ojalá las investigaciones y publicaciones surgidas con motivo del centenario de su nacimiento no queden allí, en la simple conmemoración de un descriptivo año histórico de su memoria, sino en la posibilidad de que se siga horadando en el arte que lo acogió como un creador excelso de bellezas.

 

El cantautor

 

José Barros fue un cantautor. De la larga lista de canciones de su autoría que fueron grabadas, les puso su voz a 128, un número apreciable para ser considerado como tal. Él, en sus últimos años de vida, se consideró solo un compositor, desdeñando, de esta manera, la condición de ser músico porque la afición de estos al licor los volvían irresponsables y menos creativos. Sabemos, perfectamente, que no todos son o han sido así. Pero si en su existencia escribió canciones, interpretó la guitarra, cantó melodías suyas y de otros compositores, creó ritmos musicales y, lo más importante, vivió de la música, fue porque su vida giró alrededor de la música. Por tanto, sin un rebuscado eufemismo, José Barros fue un músico. Y no un músico cualquiera, entre los mejores de América Latina.

Juan Gossain y José Barros en El Banco - 1974.
Juan Gossain y José Barros en El Banco - 1974.

En su vida de cantautor, eso sí, José Barros descolló más como compositor que como cantante. En mi concepto, de las canciones en las cuales se desempeñó como cantante, me han agradado Cantinero sirva tanda (tango), Momposina (porro), El negro maluco (porro), La pava (paseo), A la orilla del mar (pasillo), Oscuridad (bolero), Cariñosamente (danzón), La que viene atrás (chandé), Deja tu orgullo (ranchera) y unas pocas más. Su voz, para mí, no era llamativa aunque siempre cantó afinado, medido y con un vibrato que le permitió generar las cadencias específicas en los diversos ritmos que interpretó. 

 

 

La música de José Barros fue ampliamente conocida por cantantes de esplendorosas voces, entre las que se cuentan las de Luis Carlos Meyer, Tito Cortés, Alberto Fernández, Charlie Figueroa, Nelson Pinedo y Gabriel Romero, principalmente. Podría decir que la voz de José Barros no fue estrictamente comercial, aunque algunos, menos cantantes que él, triunfaron inexplicablemente en este campo. En todo caso, la valoración de lo bueno y lo malo en el arte, como en cualquier actividad humana, siempre estará signada por una carga de mucha subjetividad. Y mi persona no puede ser la excepción.

Alberto Pacheco - 1971.
Alberto Pacheco - 1971.

Su sentido social

 

José Barros fue un libre pensador como artista y como persona. Siempre criticó con firmeza la explotación de los empresarios del disco hacia los artistas y fue uno de los fundadores de Sayco, entidad que todos sabemos surgió para defender los intereses de los profesionales de la música. Se caracterizó por ser frentero para decir las cosas, lo que le ocasionó tener más de una fuerte discrepancia con los que se atravesaron mal en su camino. Perfeccionista al extremo, fue riguroso con lo que hizo artísticamente. Nunca calló en los momentos que sentía que debía hablar. Aunque temperamental, cascarrabias según el decir de muchos, jamás declinó en su ideal de tratar de vivir en una Colombia mejor.

 

Sus composiciones Violencia y Cumbia por la paz describen a nuestro país en esos graves problemas políticos y sociales que nos han aquejado desde los años 40 del pasado siglo. Pero en otra cumbia, El niño carita sucia, que tiene dos versiones,  la de la Orquesta Italian Jazz y la de Alberto Pacheco y su Conjunto, plasmó el descuido de un Estado inhumano sobre estas tiernas personitas, llamadas “gamines”,  que no merecen vivir en el desamparo y la indiferencia de una sociedad egoísta, de políticos corruptos y de ricos sin sensibilidad social. Un pueblo, además, que no ha tenido los escrúpulos históricos para ser una verdadera alternativa de cambio a pesar de su alto poder decisorio en los destinos del país, ha sido inferior a su responsabilidad honrosa de corregir, democráticamente, estos deprimentes horrores sociales.

 

Así dice la cumbia en cuestión:

 

El niño carita sucia,

carita sucia de la ciudad

va por las calles sonriente

con su miseria, con su orfandad.

 

Él no sabe protestar

ni siente odio a la sociedad

aunque se muera de angustia

con su problema bajo un portal.

 

(Coro) Él sueña también

con grandes orgías

aunque esté sin pan

en las noches frías.

 

Inquieto como la ardilla

corre brincando sin descansar

y por la noche rendido

coge su lecho, va a comportar.

 

Se duerme siempre confiado

que nadie puede causarle mal

pero a veces tiene un perro

que lo defiende del criminal.

 

(Coro)Él sueña también…

 

 

Se nota, claramente, la protesta del cantor sobre un hecho social que no es aislado a los problemas estructurales que padece Colombia y que son suficientemente conocidos. Algo de este cuadro social también es tocado en su cumbia El minero. Pero de ahí a tildar de comunista a José Barros me parece un despropósito. Sobre todo porque se ha alegado, inclusive por una de sus hijas, Veruschka, que su nombre y el de sus dos hermanos, Katiuiska y Boris, de origen ruso, fueron puestos por su padre “por tener ideas comunistas”.

 

Ante esta dudosa calificación, ¿qué comunista bautiza a sus hijos ante un sacerdote de la Iglesia católica y no pondera, por añadidura, la lucha de clases como un argumento político para que los desposeídos, dirigidos por la vanguardia obrera, se tomen el poder? ¿Cuándo José Barros militó en un partido revolucionario y se le vió haciendo activismo político de izquierda? ¿En cuáles de sus piezas planteó las contradicciones entre el trabajo y el capital y que la tierra es para el que la trabaja? ¿Dónde expuso la tesis de la socialización de los medios de producción y la expropiación de los bienes de la  burguesía? Y así tantas cosas más del estricto ideario marxista.

 

Por lo que he podido saber de su vida como artista, no he encontrado unos indicios que me indiquen plantear que el ilustre cantautor banqueño fue comunista. Eso lo repiten, una y otra vez, periodistas, locutores y personas poco informadas que, de tanto repetir esta simpleza, muchos la han creído como verdadera. Para mi José Barros fue un artista que mantuvo una posición consecuente con aquellas injusticias que todavía nos golpean fuertemente, pero con un sentido de demócrata de corte liberal en el mejor sentido del término. 

 

Si bien es cierto que él leyó periódicos, revistas y algunos libros de autores marxistas, nunca entró al mundo epistemológico y político de los grandes teóricos de esa corriente del pensamiento, encabezados por Carlos Marx. Entonces, ¿de dónde comunista? Él fue, como ya lo anoté en este trabajo, un buen lector. Pero su práctica social nunca fue la de un comunista comprometido. Ahora, que se haya identificado con algunas posturas del movimiento comunista internacional, a muchos nos ha pasado. O que sus lecturas poéticas de Neruda, escritor que fue militante del Partido Comunista de Chile, le hayan sensibilizado su condición de artista, eso es otra cosa. Pero entre el comunista poeta y el aparente comunismo de Barros hay una distancia del cielo a la tierra.

Veruschka Barros - Hija del maestro José Barros.
Veruschka Barros - Hija del maestro José Barros.

Otras pinceladas

 

De la pluma de José Barros salieron canciones en una diversidad de ritmos, entre ellos los que él mismo creó como el hamaqueo, el patuleco, el tucutuco, el katanguelé y el boloking, que merecen un estudio musical a profundidad para que se  logre conocer qué tan buenos fueron y si tuvieron un número apreciable de grabaciones, así también si sus limitaciones al nunca ejercer el papel de arreglista fue primordial para que esos ritmos fueran desconocidos entre los colombianos, con la excepción del patuleco.

 

En su vasto repertorio grabado, también aparecen el danzón, la balada, la balada-rock, el baiao-fox, el currulao y el joropo, ritmos en piezas que nunca tuvieron una figuración de importancia entre nosotros. Nunca han sido escuchadas esas páginas, por lo menos, en el Caribe colombiano.

 

También es menester tener en cuenta que existen, en 13 de sus grabaciones, unas discusiones sobre su autoría, una de ellas, la que más conozco, es el tema El ají picante, que en los discos que he visto sobre su compositor aparece, siempre, Aníbal Velásquez fungiendo como tal. De esta popular y bailada guaracha, el sensacional acordeonero, cantante y compositor me afirmó que él es su compositor y le extrañó que después de tantos años de ser exitosa aparezca un pretendiente diferente a su verdadero creador. Sobre el bolero En la orilla del mar, he presentado mis argumentos cuando traté sus composiciones en este romántico ritmo.

 

Pero es sorprendente, así mismo, que José Barros sólo tenga registradas en Sayco apenas 128 piezas de su autoría únicamente con el respectivo ritmo, motivo suficiente para que se hayan presentado numerosas confusiones al respecto. Y si a esto le agregamos cuántas composiciones son realmente las que creó, la situación se complica aún más. Por eso, por no haberse dado una cuantificación metódica de sus discos, cada quien da una cifra. Es por ello que, recalco, todavía falta mucho por conocer de la vida artística de José Barros, a pesar de los ingentes esfuerzos que algunos investigadores, periodistas y melómanos han realizado. Como también se ha dado el caso que, en contadas publicaciones, es mucho lo que se desinforma a los lectores.

 

Es el caso del libro Historia de la música en Colombia a través de nuestro bolero, escrito por el abogado, escritor, músico y compositor Alfonso de la Espriella Osío, un barranquillero de honorable familia empresarial y musical. En esta extensa obra, la vida de José Barros es tratada entre las páginas 435 y 443, encontrándose allí varios errores que, indudablemente, pueden incidir, negativamente, en la repetición de ellos por parte de sus confiados lectores. Detallemos.

 

1. Al final de la página 436 y principios de la 437 se lee: “Mientras tanto, nació otra bella composición (se refiere a Momposina), que fue llevada por primera vez al acetato en 1946, interpretada por el propio José Barros con el acompañamiento del conjunto cartagenero Los Trovadores de Barú, y posteriormente con más de 30 grabaciones de las mejores orquestas y conjuntos, entre ellas se destaca la que le hizo La Sonora Matancera de Cuba en el mismo año de 1946 con la voz del extraordinario cantante barranquillero Nelson Pinedo, Cómo tú reías”.

 

Comentario. El bolero citado nunca fue grabado por Nelson Pinedo con La Sonora Matancera sino por Charlie Figueroa, con la Sonora Malecom Club. Y no en 1946, sino en 1958, como lo afirma Luz Marina Jaramillo en su muy conocido libro. Ahora: decir que José Barros grabó más de 30 canciones es algo que no le cabe en la cabeza al más despistado de los seguidores del compositor banqueño, cuando en realidad son más de 500 las que se han contabilizado de su autoría.

 

2. En la página 439, en el último párrafo, se lee: “También compone y graba, recordando nostálgicamente a Maruja Bonell, uno de sus más lindos y populares boleros A la orilla del mar, que dio origen, según cuenta el mismo Barros, a uno de los grandes fraudes en el campo de las regalías”.

 

Comentario. Solamente tengo que decir que muchos han confundido el pasillo A la orilla del mar con el bolero En la orilla del mar. Este es el caso del señor Alfonso de la Espriella en su libro. También, es oportuno decirlo, los investigadores Mariano Candela y Luz Marina Jaramillo, en sus interesantes trabajos sobre José Barros, cayeron en ese error. Si esos tres investigadores no diferenciaron los títulos correctos entre el pasillo y el bolero, ¿qué se le puede pedir al sencillo melómano? Otros tópicos confusos sobre este polémico tema, de parte del autor del libro considerado, ya los traté cuando fijé mi posición en el punto específico de este debate.

 

3. Ahora paso a la página 441, dónde se lee: “A mediados de esta década del 50 José Barros se inspira y produce una de sus más hermosas y conocidas creaciones, la cumbia La piragua”. Y agrega hasta la página siguiente: “Durante estos años, graba la mayor parte de su producción”, incluyendo en ella a los porros El gallo tuerto y Palmira señorial, el pasillo Pesares y las cumbias Violencia, Caminito de luna y Juana Manzano.  

 

Comentario. Es cierto que José Barros, en ese decenio, ya tenía clara la melodía de su famosa cumbia, pero en Bogotá, a finales de los años 60, es cuando define, poéticamente, su letra, apareciendo el nombre de Pedro Albundia para que rimara con la palabra cumbia, ayudado  por unos músicos costeños que siempre se reunían en el “Grill Orines”, una cafetería mal oliente que quedaba al lado de la Emisora Nuevo Mundo. En cuanto a las otras piezas, ninguna de ellas corresponde a los años 50, como allí se afirma. 

 

Lamentablemente, con informaciones alejadas de la realidad es poco el crédito que merece una publicación, por lo menos para el caso de José Barros en libro del músico y abogado barranquillero. Creo que compilar en un solo trabajo la historia musical de Colombia es difícil, ante la magnitud de las informaciones a tratar. Allí radicó, para mí, el problema. En esta medida, lo mejor, prudente y sensato, es corregir esos errores para ir configurando la verdadera historia musical de nuestro país. Con rayos y centellas en la crítica, nos alejamos, estoy seguro, de este importante propósito cultural. 

La cumbia de la paz (José Barros) Chico Cervantes - Cumbia.

El niño carita sucia (José Barros) Alberto Pacheco - Cumbia.


  

*Miembro de la Corporación Club Sonora Matancera de Antioquia y de la Asociación de Amigos, Coleccionistas y Melómanos de Cali (ACME). Miembro del Colegio Nacional de Periodistas.

Correo Electrónico: arte1945@hotmail.com

 

José Barros y los ritmos del Caribe colombiano

 

Por: Arnold Tejeda Valencia*

 

Al trovador banqueño, como hijo del Caribe, no les fueron extraños los ritmos de su región. En la depresión Momposina, rica musicalmente hasta los tuétanos, desde niño pudo conocer y divertirse con los sones nacidos e interpretados por los grupos de tambora, conjuntos conformados, instrumentalmente, por una tambora o bombo, un tambor alegre (llamado también tambor hembra, pechiche o currulao), una tamborina, que es una hibridación entre el tambor alegre y la caja vallenata (principalmente utilizada en Río Viejo, Bolívar) y, finalmente, los palitos o tablas pequeñas, en forma de cucharas, que manifiestan una polirritmia que enriquece a sus sones para invitar al movimiento, al baile. Con el guache y las palmas, estos sencillos instrumentos redondean la percusión característica de los grupos ribereños.

 

Entre los ritmos más arraigados y expresivos de este formato orquestal de las entrañas del bajo Magdalena, se encuentran la tambora corrida, la tambora  redoblada, el chandé, la guacherna, el berroche, la chalupa, la tuna, el zambapalo y la cumbia, tonadas ribereñas que, geográficamente, se han concentrado entre las tierras depresivas de los departamentos de Magdalena, Bolívar, Cesar y Santander, pero extendidos actualmente a otros departamentos colombianos que los interpretan y bailan, como Atlántico y Antioquia de manera notoria (1). Notándose, además, por motivos de divulgación folclórica, en los centros de estudios primarios, secundarios y universitarios del país, sobre todo en las facultades de Bellas Artes de las grandes ciudades.

 

Este emporio musical, nacido de los indígenas malibúes, pocabuyanos, chimilas, yamacíes y tamalameques, se ha perpetuado en nuestra historia mestiza como una inalienable tradición. Pero en 1916 ya se conocían en Mompox, población muy cercana a El Banco, las bandas Armonía Sucre y Armonía Seis de Agosto, lo mismo que la Orquesta Nuevo Horizonte, esta última con actividad hasta 1933. Mientras que los músicos Marcos Evangelista Martínez Márquez, Manuel Domingo Mejía Rojas y Juan E. Camacho Aguilar, crearon la Orquesta El Tresillo, agrupación que combinó en su repertorio los ritmos antillanos ya conocidos en ese importante puerto del río Magdalena con los ritmos nativos de la región (2). Esta orquesta se constituyó en una jerárquica institución para amenizar los bailes y los eventos de mayor relevancia en la colonial tacita arquitectónica de estirpe español;  sucediendo este hecho también en El Banco, que ya tenía un sector de habitantes adinerados, compuestos por comerciantes e inversionistas en hotelería, bienes raíces, transporte fluvial y ganadería. Fueron unos afortunados para deleitarse con una música salida de una instrumentación ejecutada por unos magníficos  profesionales en este arte.

 

Pero en 1934 llegó a Mompox el músico banqueño Gilberto García, recién egresado del Conservatorio Mayor de París, donde se especializó en Dirección Musical (3). En la progresista población ribereña fundó una orquesta con unos buenos instrumentistas de la localidad. Interpretando música clásica y ritmos populares con unos sutiles y selectos arreglos, supo conquistar el mercado sonoro de la región. El entusiasmo en El Banco fue total con su ilustre hijo, que en años posteriores tuvo que emigrar hacia otras tierras en búsqueda de mejores oportunidades. Su orquesta, entre tanto, fue definitiva en la divulgación de los noveles ritmos costeños, con el porro en la primera línea bailable. 

 

Al comenzar los años veinte, por otro lado, un joven acordeonero se paseaba, con su fuelle al hombro, por Aracataca, Fundación, Plato y El Paso, poblaciones donde conoció a otros intérpretes del acordeón, multiplicando el número de apasionados por este instrumento con las clases que dictaba en su tiempo libre. Su fama de acordeonero se  extendió a los pueblos aledaños a El Banco por haber nacido en Ariguaní (El Difícil), centro de la etnia chimila. Sus sones fueron diseminados en la comarca acuosa del bajo Magdalena por sus colegas y por los alumnos que capacitó. Se trató de Pacho Rada. Sin embargo, fue Abel Antonio Villa, oriundo de Piedras de Moler, corregimiento de Tenerife (Magdalena), el que logró cimentarse como gran acordeonero por sus correrías en las poblaciones ribereñas y por sus grabaciones, en los años cuarenta, en Discos Fuentes. Sus paseos y merengues calaron en  lo más profundo del sentimiento de los amantes de la vernácula música de tambora. Sin que se desconozcan, en esta materia, los aportes de Alejo Durán y Luis Enrique Martínez, entrados los años cincuenta, para tocar con el acordeón, caja y guacharaca, manifestaciones rítmicas como el chandé y la cumbia. 

 

Caribeño hasta la cacha

 

El conocimiento que tuvo José Barros de los ritmos del Caribe colombiano estuvo dado, como principio universal, por la forma como él se relacionó con la sociedad que lo vio nacer y desarrollar en su condición de nativo  potenciador de identidad a través de la música. Sus ideas artísticas en lo caribeño jamás pudieron darse sin el contacto directo con sus paisanos, donde los hacedores de cosas bellas, llenas de espiritualidad, nunca les fueron unos personajes extraños, sino unos seres concomitantes con las realidades culturales a las que él les cantó. En ese proceso social surgió lo más loable, original y depurado de su vida artística.

 

Atrás quedaron aquellos textos melódicos saturados de despecho por las traiciones de las mujeres amadas que nunca pudieron superar lo pérfido en sus desventurados vivires, lo que plasmó, con exacta descripción imaginativa, en sus tangos, rancheras, corridos, valses y hasta boleros. En este marco innovador de composiciones caribeñas, José Barros escribió chandés, cumbias, porros, paseos, merengues y sones. Variedad rítmica que fortaleció con unos pocos merecumbés, porrocumbés, parrandas, tamboras y paseaítos que no tuvieron la fortuna de ser acogidos por el público, algo también palpable en aquellos ritmos nacidos de su inmensa creatividad, como el hamaqueo, el pega pega y el boloking. Sólo el patuleco, con sabor a porro y con matices rítmicos del chandé, tuvo mejor fortuna.

 

Con una impresionante capacidad para producir música natural de su querido entorno Caribe, pudo proporcionar muchas melodías y letras que tuvieron el pensamiento de un artista rico en ideas y sentimientos para exaltar la vida de la mejor manera: cantándole  al amor en su verdadera dimensión espiritual. Lo que también hizo con las costumbres terrígenas más arraigadas; con los paisajes esplendorosos besados por el sol y enaltecidos por el río, la flora y la fauna; con las noches estrelladas y lunares de luces fulgurantes que invitaban a percutir los estrepitosos tambores; con las leyendas portadoras de historias con ingenio popular; con las actividades laborales practicadas al vaivén de ritmos y melodías; con las personas oprimidas y marginadas socialmente; en fin, con todo lo referido a  lo humano y lo natural como fuente que le propiciaba lindas motivaciones para sentirse agradado.

 

Él, con su desarrollado don poético  y su  perfección armónica en los cantos que nos legó, pudo componer unas piezas que han perdurado hasta el presente. Su música penetró en toda Colombia, incidiendo en la consolidación de ese proceso cultural nacido en el Caribe y que en el interior del país tuvo unas etnocentristas posturas  que rayaron, exageradamente, en incomprensibles manifestaciones de rechazo. De prevenciones hacia lo iniciado por Lucho Bermúdez, pero, finalmente, aceptado por la alegría que contenía para la sana diversión con unos ritmos que espantaban hasta el más intenso frío. Hoy Colombia canta y baila a lo Caribe, sin descuidar aquellas raíces musicales muy particulares de cada región. El nombre de José Barros se menciona como uno de los arquitectos de esa majestuosa obra.


 

El  inspirador cocoroyó


La historia es bien conocida. José Barros, antes de dedicarse a componer canciones de nuestro Caribe, deambuló por México y el sur del Continente. En esas correrías siempre fue deportado por no tener los documentos que lo acreditaran para estar en esos países legalmente. Pero, a pesar de estas dificultades, logró adquirir una buena experiencia para conocer las líneas melódicas, rítmicas y líricas del tango, la ranchera, el corrido, el bolero y el vals de parte de los músicos con los que pudo interactuar en su afanosa carrera contra el tiempo de acosado inmigrante. Precisamente, en Lima pudo, en 1944, por esos azares de la vida, grabar para la prestigiosa firma RCA sus bien despechados tangos Cantinero sirva tanda y Amor de madre, por los que recibió un dinero que le sirvió para solventar aquellas necesidades que lo acosaban con vehemencia.


En esos tiempos Bogotá ya presagiaba ser la gran ciudad de Colombia, lo que le serviría para seguir luchando en su aspiración de ser un reconocido artista. Allí llegó enfermo, mal vestido y sin dinero. Pero convencido de que la constancia es el mejor aliciente para no claudicar en sus propósitos, considerando que el salvavidas que lo podía sacar de ese mar tormentoso de la vida serían las posibles regalías  por sus grabaciones en la capital de Perú. Y así fue. El representante de la RCA en Colombia, señor Jack Glottman, le reconoció lo que por ley tenía derecho: los aportes que le correspondían por ser propietario intelectual de los dos tangos que lograron escucharse en los países sureños.


La visión empresarial y artística del representante discográfico le permitió insinuarle a José Barros su incursión en la música popular bailable de Colombia por el auge que estaba tomando en Bogotá, donde Lucho Bermúdez abrió el camino para que eso fuera así, además de la aceptación y popularidad de las rumbas criollas de los interioranos Emilio Sierra y Milcíades Garavito, sin olvidar, por supuesto, los aires cubanos que el Trío Matamoros, en mayor forma, hizo imponer. ¿Saltar de su música despechada para hacer otra dirigida, fundamentalmente, a los bailadores? ¡Si señor! Pero sin renunciar del todo a su carrilera pasión por los aires que lo hicieron conocer.


Estudiar para aprender lo que no se sabe ha sido la estrategia metodológica que ha movido a la humanidad en su incesante crecimiento intelectual para revertirlo en desarrollo económico y social. El cantautor de canciones tormentosas en el amor aceptó la propuesta. Simplemente tuvo que hacer una repetición de aquellos aprendizajes que realizó con músicos mexicanos, argentinos y brasileños, pero  ahora con músicos colombianos conocedores de los cantos de la Costa Caribe.


Y qué maestros los que consiguió para conocer el ABC que le permitiera solfear en los pentagramas de la música costeña. Lucho Bermúdez, Luis Uribe Bueno y Milcíades Garavito le dieron las bases, que luego desarrolló, por propia cuenta, estudiando en didácticos manuales los métodos necesarios para solfear. Así se convirtió en un calificado autodidacta. Con esas condiciones experimentales de músico, en 1945 le entregó a Jack Glottman el porro El gallo tuerto, que grabó con su voz acompañado por la Orquesta de Milcíades Garavito. Su éxito fue avasallador. Tanto que Luis Carlos Meyer, cantante barranquillero conocido como “El Rey del Porro”, lo grabó en dos oportunidades antes de 1950. Una con la Orquesta Emisora Atlántico Jazz band, de Barranquilla. Y otra con la Orquesta de Rafael De Paz en México.


La historia que dio origen  a este porro es jocosa. José Barros, a los 17años de edad, se  encontraba en la misa de gallo oteando, con otros amigos, a las muchachas de su edad. La devoción religiosa era lo de menos. Un hombre que se había enloquecido por la muerte de su gallo de pelea, que quedó tuerto en unos de sus tantos combates, entró de pronto a la iglesia, cuando el cura decía en latín “Dominus Boviscum”, contestándole al sacerdote en voz alta: “et cum spiritu tuo, cocoroyó cantaba el gallo en la palma amarga”. Todos rieron. Al compositor banqueño nunca se le olvidó ese episodio que vivió en edad juvenil, suficiente para convertirse en la mayor motivación para elucubrar su primera inspiración musical caribeña (4).


Entre sus más conocidos porros se encuentran El vaquero, Momposina, La tanga chata y El negro maluco, todos grabados haciendo  él la parte vocal con el respaldo de Los Trovadores de Barú, siendo de mucha recordación las versiones que Nelson Pinedo, con La Sonora Matancera, hiciera, magníficamente, de los dos primeros en ritmo de guaracha. Pero el titulado Las pilanderas, interpretado por la Orquesta del argentino Eduardo Armani,  y, muchos años después, por las venezolanas Billo’s Caracas Boys y Los Melódicos, incidió en su descomunal éxito en el concierto bailable internacional. Igual suerte corrió con El guere guere, cantado por Alberto Fernández, secundado por la Orquesta del argentino Don Américo.


 Pero es oportuno aclarar que el anterior porro fue grabado por José Barros, con la Orquesta de Lucho Bermúdez, en 1946; lo que también hizo con los titulados Trianero, San Francisco, El Banco y Así es mi tierra. Y, en ese mismo año, con la Orquesta del Club Costeño de Bogotá, les puso su voz a las grabaciones de Las pilanderas y La barqueta.


Otros porros de alcance internacional del maestro pocabuyano han sido  La llorona loca y Palmira señorial. Sobre el primero, los remito al artículo “Un José Barros de leyenda”, en esta misma página Web. En cuanto al segundo, por primera vez lo escuché en la grabación que hizo el grupo antioqueño Los Claves con el título de Armero señorial, versión de limitada circulación en la Costa. Pero cuando la Billo’s Caracas Boys hizo conocer su versión con el tumbao venezolano, aguarachado, que tanto gustó,  no hubo país del Continente en donde no se bailara. En el vecino país esta misma orquesta le dedicó el popular tema a la ciudad de Valencia, apareciendo titulado como Valencia señorial.


Los porros que he mencionado, cada uno tiene varias versiones con orquestas, conjuntos y cantantes diferentes, tanto nacionales como extranjeros, lo que indica la vasta aceptación que tuvieron. A manera de ilustración sobre el giro lírico de nuestro respetable compositor,  recordemos los versos que escribió para el porro Momposina, en el que expresa el sentimiento amoroso hacia una bella mujer con un lenguaje cargado de subjetividad literaria, con afectos y emociones, que logró penetrar en el alma de los que les gusta esa modalidad sutil del corazón  con sólo escuchar su romántico mensaje. Así, tenemos:


Mi vida está pendiente de una rosa

Porque es hermosa y aunque sé que es fina

Me la voy a llevar a mi casita

Porque es bonita mi rosa momposina.

 

Tiene en sus ojos la dulce ensoñación

De mi linda región, por eso yo la quiero

Ella me ha dado toda la inspiración

De mi linda canción, porque ella es mi lucero.

 

¡Ay! pero si llega el otro jardinero

Aunque me diga que es puro banqueño

No le permito ni que me la mire

Porque él no sabe que yo soy su dueño.

 

Momposina, ven a mi ranchito

Momposina, ven para quererte

Momposina, ay lindo lucerito

Momposina, ay yo quiero tenerte.

 

Esos versos fueron escritos en un lenguaje figurado, de bellas metáforas, para nunca ser olvidados por los amantes de las palabras floridas para enamorar, aunque el romántico compositor nunca pudo alzar el codiciado trofeo de un fuerte sí de la bella mujer pretendida.

Estás delirando (José Barros) Pepe Reyes y Vallenatos Modernos - Chandé.

Navidad negra (José Barros) José Barros y Trovadores de Barú - Cumbia.


 

Qué suene la tambora


En el país Pocabuy los grupos de tambora constituyen más que una obligación a la hora de los festejos de cualquier orden. Los festivales para ponderar y perpetuar la tradición sonora en los pueblos de la depresión Momposina, como en otros donde se viene cultivando esta modalidad del folclor, aunque sean distantes en lo geográfico, han sido de vital importancia para que la cultura anfibia, en sus cantos y en sus bailes, se mantenga viva por medio de un  proceso pedagógico significativo en valores que comienza con los  niños y las niñas desde cuando balbucean sus primeras palabras. Unos de los ancestrales ritmos ribereños a los que José Barros se le midió con su extremada inventiva fue el chandé, también conocido como danza de garabato.


Básicamente, el chandé es producto de los llamados que hace el tamborero alegre con unos golpes emitidos desde el lomo de madera de su tambor y que, antifonalmente, son respondidos por el ejecutante del bombo o tambora, emisiones sonoras a las que se les agregan las palmas y los palitos para permitir la polirritmia que invita a los cantos, sobre todo, de las mujeres. En las orquestas de salón, el timbalero es el encargado de emitir los golpes iniciales del llamado percusivo, los que son respondidos por el conguero para darle el estricto sentido rítmico del chandé en su más original expresión. Un ejemplo palpable es el garabato Se acabó, de la autoría de Ramón Ropaín e interpretado por su propia orquesta, vocalizando Alberto Fernández.


Pero Antonio María Peñaloza, para reivindicar este ritmo un poco desviado en los golpes puntuales de la percusión en su tema Te olvidé, donde los cueristas panameños formados en el jazz no alcanzaron a proporcionar los golpes particulares exigidos en su grabación, recurrió a un tambor alegre y una tambora en la edición del chandé El torito, del compositor Gustavo Rada, para ser estrictamente fiel a los “mondacazos”  de los grupos de tambora en la orquestación que le hiciera a la Sonora Curro, para la voz, una vez más, de Alberto Fernández.


José Barros, al conocer perfectamente estos avatares rítmicos, rubricó sus obras Estás delirando (Vallenatos Modernos, cantando el cubano Pepe Reyes), más Los pesares de tu vida, No te burles y Qué lata (Sonora Curro, vocalizados por Alberto Fernández, en mi concepto la voz del chandé en Colombia). La investigadora Luz Marina Jaramillo agrega como composiciones del maestro banqueño los chandés Mi desprecio, La flor desconocida, Óyelo bien y Juana Manzano, sin señalar sus intérpretes (5). De esos cuatro temas, el último tiene una versión en ritmo de cumbia de Los Corraleros de Majagual, haciendo la parte vocal Nacho Paredes.


En cuanto a la cumbia, en bien conocida la opinión de José Barros de considerarla originaria de la etnia Pocabuy, por tanto de hechura indígena. Al margen de esta posición antropohistórica, muy respetable por cierto, es de anotar una importante  consideración en su evolución mestiza: la inclusión en ella de los tambores voluminosos, de alta sonoridad, con raíces africanas, como el alegre o hembra y el denominado llamador o macho, ya que los tambores indígenas eran más pequeños, encorados, y con unos parches flojos que opacaban sus golpes a largas distancias. Pero en ese mismo proceso de mestizaje, es oportuno reseñar que la tambora o bombo, cumpliendo funciones de tambor bajo, fue muy común en España y Portugal (6).


La taxonomía instrumental de la cumbia también requiere de los maracones y el guache. Los primeros para producir sonidos de entrechoque y el segundo para cumplir con la función de sonajero metálico acompañante de las maracas. En las orquestas, para ceñirse con estas posturas sonoras lo más aproximado posible, los timbales hacen el papel del tambor hembra (alegre), las congas lo correspondiente al tambor macho (llamador), mientras que las maracas y el güiro le dan el brillo a los sonidos de entrechoque. Bajo esta organología instrumental, José Barros compuso, para el orgullo de nuestra tradición, unas lindas cumbias, cuantificadas, aproximadamente, en unas 80.


Entre sus cumbias más escuchadas y bailadas, sobresalen: Cumbia banqueña (Orquesta Emisora Fuentes, vocalizando Santander Díaz y el coro conformado por Óscar Fajardo y  Gastón Guerrero, integrantes, los tres, del Trío Los Isleños), Navidad negra (Los Trovadores de Barú, cantando José Barros), El pescador (Orquesta de Pedro Laza con el vocal de Bobby Ruiz), La piragua, Violencia y El minero (Gabriel Romero con Los Black Stars), La rosa blanca (Conjunto Pocabuy con la cantante Myriam Uquillas), La leyenda de la cumbia (Conjunto de Morgan Blanco), Juana Manzano (Los Corraleros de Majagual), Secreto (Orquesta de Adolfo Echeverría) y Donde pone la garza (Conjunto Pocabuy, vocalizando Henry Castro).


De esas cumbias merece especial atención La piragua, la obra cumbre de José Barros en su trayectoria artística. Por haber sido escuchada mundialmente y tener más de 100 versiones en diferentes ritmos y formatos orquestales, bañó en oro de proceridad al compositor colombiano. Artistas, conjuntos y orquestas de categoría como Rolando Laserie (Cuba), María Dolores Pradera (España), Pijuán y su Sexteto (Puerto Rico), Combo Belga (España), Hugo Blanco (Venezuela), Orquesta Filarmónica de Bogotá, Johnny Ventura (República Dominicana), Dimensión Latina (Venezuela), Orquesta La Huambalay (Chile), Mariachi Los Caballeros (Croacia) y Los Cantares de Paraguay, entre sus muchísimos intérpretes, tienen unas versiones de esta cumbia colombiana que afianzó su notoriedad internacional.


En La Habana existe una plaza con su nombre, dada la popularidad adquirida en la capital de Cuba, como en toda la isla. Y en Barranquilla existió una caseta que llevó su insigne denominación, lugar que se le sigue llamando así, La Piragua, por existir allí unos dos o tres negocios que no concitan mayores expectativas en esta caribeña ciudad, pero que en el imaginario de las personas  de mayor edad ese nombre tiene un fervoroso significado. Y desde el punto de vista literario, los versos que engalanan su florido y costumbrista lenguaje han hecho de José Barros un destacado maestro en el arte de la comunicación popular con ropaje académico.

Me voy de la vida (Jose Barros) José Barros y Trovadores de Barú - Paseo.

El gallo tuerto (José Barros) José Barros y Milciades Garavito - Porro.


 

Al valle de Upar

 

Los cantos y las danzas manifestados  en Valledupar, con una vasta influencia territorial en La Guajira, estuvieron relacionados con los ritmos mestizos surgidos desde el sur, entre los que se destacan la tambora, el pajarito (que para algunos estudiosos de este aire es el  mismo chandé), la cumbia y demás expresiones sonoras del patrimonio de la cuenca del bajo Magdalena, explicados sucintamente atrás. Desde El Banco, Chimichagua, Tamalameque, Gamarra y Ariguaní, sitios de fuertes asentamientos de las etnias Chimila y Pocabuy, aportaron la musicalidad indígena. Entre tanto, en poblaciones como El Paso, Rincón Hondo, La Loma y  Chiriguaná, de manera especial por estar sumidas en la herencia musical africana, su difusión cultural en la región fue de mucha importancia. Y en cuanto a lo español, la propia Valledupar, con las poblaciones aledañas representadas por Villanueva y San Juan, permitió la diseminación de lo europeo por esas tierras altamente musicales con un fundamento artístico popular (7).

 

En ese largo proceso de mestizaje iniciado desde la Colonia, en lo musical la gaita, el tambor encorado y la larga guacharaca, instrumentos netamente indígenas, fueron los primeros en conjugar armónicamente sus sonidos en estas tierras no invadidas por el blanco. Luego la guitarra, el acordeón y el voluminoso tambor cilíndrico y ahuecado aparecieron como contribuciones de Europa y África en la consolidación melódica y rítmica de lo que hoy representa, musicalmente, el valle de Upar. Producto de esa simbiosis cultural, nacieron unos músicos, hombres sencillos por naturaleza, que le cantaron, en su lenguaje dialectal característico, al amor, al paisaje, a sus costumbres, mitos y leyendas, como a todo lo relacionado con el mundo de sus valores, verdadero emporio social que constituyó la base para que el folclor se haya extasiado como causa existencial de una población rica en saberes.

 

José Barros, con su guitarra y su sabiduría para crear imaginaciones ricas en lo estético, supo cantarle a esa comarca Caribe portadora de una historia triétnica cuando incursionó, sin proponérselo, en el cancionero popular que hacía parte de su corazón a través de la tradición. Tomando como referente lo hecho por Guillermo Buitrago, Abel Antonio Villa y Pacho Rada supo despejar el camino que lo motivó para reconfirmar lo que ya había iniciado, con mucho brillo, con el porro. Así aparecieron sus merengues, sones y paseos. No en el formato del conjunto vallenato tradicional, sino con Los Trovadores de Barú: conjunto de dos clarinetes, una trompeta, una guitarra, el bajo y una percusión representada por los bongoes y las maracas.

 

El merengue colombiano, más exactamente el vallenato, se escribe en unos compases de 6/8 y proviene del vocablo “muserengue”, con el que se designaba en la africana Guinea a una expresión cultural de ese Continente (8). Los cantos de muserengue se convirtieron en cantos de merengue gracias al mestizaje en el factor lingüístico. Partiendo de la herencia negroide, el pueblo chimila, con su organología aborigen, pudo construir el cimiento que posteriormente se convirtió en el género musical de gran riqueza mestiza por su complejidad y originalidad en cuanto a su cuadratura como ritmo.

 

Con Los Trovadores de Barú, José Barros le puso su voz a los merenguesLuna, lucero y noche, De que te quiero te quiero, La reina del monte, Arbolito de Navidad y Juanita la maicera. Con este mismo conjunto, Tito Cortés le grabó el merengue Casadera, mientras que Alberto Fernández lo hizo con Adiós corazón y La tanga chata (originalmente un porro). El cantante atanquero también se hizo presente con los merengues La naranja de Raquel y Qué trajo Pachita, secundado por el Conjunto Bocanegra. Pero este vocalista, con el trío de Bovea y sus Vallenatos, llegó a grabar, en este ritmo, los temas Angelita Lucía, Corazón atormentado y La psicología. Sobre este particular caso, existen otros merengues rubricados por el maestro Barros que no les aparecen sus intérpretes, tales como Amárrate los zapatos, Un pocotón, Besito sabrosón, Pajarita, Por eso tengo, Súbete ligero y La confesión. Finalmente, Los Vallenatos Modernos llevaron al disco el titulado El matrimonio (9).

 

Respecto al paseo, es un aire vallenato basado en “cuatro tiempos, compás partido, compasillo y fuertemente sincopado (…). Los primeros paseos que se cantaron y se tocaron con acordeón fueron El pilón y El amor-amor (…) temas con sus melodías y su compás permanentes, sobre los cuales los cantadores de siempre, acompañados o no de la respectiva organología, improvisaban sus coplas captando en ellas todos los sucesos de la región” (10). A José Barros le contaron muchos abuelos que, en los alrededores de la ciénaga de Zapatosa, imperaron los cantos de tambora con sus gaitas, pero desde la zona negroide de El Paso llegaron los vientos rítmicos con solo tambores. De Alejo Durán se ha dicho que sus temas  La perra y Candela viva son, en su orden, un pajarito y una cumbia pero con cercanías al paseo interpretado con acordeón.

 

De los paseos más conocidos en la discografía del compositor ribereño, puedo señalar los siguientes: La pava, Caballito melaoMe voy de la vida y Pajarillo montañero, grabados por el banqueño con Los Trovadores de Barú, conjunto que también acompañó a Tito Cortés en el titulado El gallo fino, seguidos por Recuerdo que mata (Pepe Reyes con su Orquesta), Me lo dijo Pacheco (Bovea y sus Vallenatos) y Alonso Fernández (Morgan Blanco y su Conjunto). La Orquesta Los Melódicos, de Venezuela, con su estrella Víctor Piñero, popularizó por estas tierras tropicales Nube negra, otro paseo de José Barros grabado en el hermano país.

 

Ahora pasemos al son como ritmo integrante del folclor vallenato. Con compases de 2/4, su ejecución está determinada por la utilización de los bajos del acordeón, lo que permite plantear que acordeonero que no tenga un pleno dominio de ellos nunca podrá, de manera fidedigna, interpretar sones por su papel de marcante melódico para diferenciarlo del paseo, como lo hicieron, con maestría, Pacho Rada y Alejo Durán. Del queridísimo Negro, su pieza Pena y dolor es un claro ejemplo para concebir lo que es un son en este riquísimo folclor. El maestro Juancho Esquivel, director y arreglista de Los Trovadores de Barú, nacido en Mompox, tuvo que estudiar a profundidad este ritmo para poder arreglar los temas encomendados por José Barros. Felizmente este cometido logró conquistar las aspiraciones de este par de artistas cuando aparecieron grabados los sones  No me dejes esperando y Vaya pue Manué.

 

NOTAS

 

(1) Cfr. ROJANO OSORIO, Álvaro. La tambora viva. Música de la depresión Momposina. Barranquilla: Ed. La Iguana Ciega, 2013, p.p. 38-43.

 

(2) ZAPATA, Jesús. “Las Bandas Musicales en la Historia de Mompox”. En: Víacuarenta, Nº 3, 1998, Barranquilla, p. 36.

 

(3) Locus cit.

 

(4) Cfr. JARAMILLO, Luz Marina. JOSÉ BARROS. Su vida, su obra. Medellín: Secretaría de Educación, Cultura y Recreación de Medellín, p. 111.

 

(5) Ibid., p. 132.

 

(6) PÉREZ HERRERA, Manuel Antonio. El son de pajarito. El bunde fiestero del río Magdalena. Barranquilla: Ediciones Universidad del Atlántico, 2005, p. 43.

 

(7) Cfr. GUTIÉRREZ HINOJOSA, Tomás Darío. Cultura vallenata: Origen, teoría y pruebas. Bogotá: Ed. Plaza & Janés, 1992, p.p. 523-524.

 

(8) Ibid., p.p. 536-537.

 

(9) JARAMILLO, Op. Cit., p.p. 122-133.

 

(10) GUTIÉRREZ, Op. Cit., p.p. 548-551.

  

*Miembro de la Corporación Club Sonora Matancera de Antioquia y de la Asociación de Amigos, Coleccionistas y Melómanos de Cali (ACME). Miembro del Colegio Nacional de Periodistas.

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